sábado, 30 de agosto de 2014

Domingo 22 T.O. - Evangelio según San Mateo 16, 21-27


Estimado hermano:

Adjuntamos el Evangelio que escucharemos este próximo domingo.

Un abrazo en el común amor a Jesús Sacramentado.

LA JUNTA DE GOBIERNO


Evangelio

Evangelio según San Mateo  16, 21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: -« ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: -«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. 

¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Comentario

“Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Esta puede ser la clave para adentrarnos en el texto de hoy: En él Jesús quiere situar al oyente en la nueva dimensión de la vida cristiana: la “vida nueva” que ofrece el Señor a quienes identificándose con él quieren seguirle. Se trata de una nueva visión, la que proporciona la fe, de la existencia humana. No sólo es una visión, es un comportamiento –movido por el Espíritu Santo- que hace penetrar en la verdadera realidad. No somos simples criaturas, somos criaturas llamadas a vivir una nueva existencia diseñada por Dios para sus hijos, diseñada por la fe y vivida en su amor. Este es el verdadero “realismo”, otra cosa son espejismos, deseos quiméricos…

El punto de partida es un planteamiento nuevo, impensable para muchos, pero plenamente consistente para quienes quieren seguirle: “tú piensas como los hombres, no como Dios.», se trata de un cambio de mentalidad: pensar como Dios. ¿Quién pudo jamás aspirar a esto? Pensar como el mejor de los hombres, bien; sería una meta. Pensar como Dios, con su amor, con su sabiduría, con su plenitud… Eso sólo puede ser fruto del amor infinito con el que Dios nos ama.

Por eso quiere enseñarnos el amor pleno y verdadero. “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.” Al oír esto nos llenamos de perplejidad. Negarse, perder la vida, cargar con la cruz. El Señor nos sitúa en las antípodas de nuestros pensamientos. Frente a la autoafirmación, la negación; frente a la buena vida, perderla; frente al “bienestar”, la cruz. ¿Qué es eso?

Tendremos que profundizar en lo que el Señor propone para entender lo que ofrece. En efecto, si entramos en nuestro ser descubrimos cómo deseamos poner el “yo” como centro de la existencia, igualmente caemos en una autoexaltación  de las propias cualidades tendentes a una soberbia asfixiante, un deseo desmedido de una felicidad que no sacia. Así se nos hace muy difícil entender que la felicidad a la que aspiramos parte y culmina en el amor: “pero el que la pierda [la vida] por mí la encontrará”. Este es el secreto: la entrega de la vida entera a Dios y a los demás. Lo dirá Jesús: “nadie tiene amor más grande que el de dar la vida” por todos. Es el golpe de gracia al egoísmo; mi vida –regalo del Señor- no es para mí, es para los demás. La “vida”, no tanto mis bienes, mis cosas… no acabamos de entender, y oímos de nuevo: “tú piensas como los hombres, no como Dios.», Dios sólo tiene pensamientos de amor que nos conducen a la plena entrega de la existencia en lo pequeño y en lo grande del vivir cotidiano en el servicio a Dios y a los demás.

Esto cómo se logra. Con la ayuda –la gracia- de Dios. Esto  es un gran regalo, y nos lo ofrece y renueva constantemente, a través de la acción de los sacramentos, de la oración… pasando siempre a nosotros por las manos mediadoras de la Virgen.

María está a los pies de la Cruz, así la encontramos de manera espacial cuando en la Eucaristía la encontramos en el momento inefable de la Consagración, en el que se renueva la entrega de Jesús por quienes participan en ella. María también está al lado de nuestra cruz cuando es la que el Señor nos ofrece –no en las cruces que nos inventamos-, si la tomamos Ella nos acompaña y fortalece para llevarla por amor hasta el final. Entregando nuestra vida en la cruz de cada día estamos transmitiendo la obra salvadora del Señor.

Y así lograremos la plenitud de la felicidad y la alegría: cuando “el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” Es la alegría de la recompensa. No hemos trabajado en vano.


Comentarios: Rvdo. Sr. D. Manuel Gordillo Cañas, Pbro. Párroco de la de San Roque de Sevilla