martes, 17 de febrero de 2009

La señal de los Cristianos

Asistimos cotidianamente a una espiral de acontecimientos que no por fuerza de ser cada vez más inverosímiles resultan menos sorprendentes. Yo lo llamo tratar de justificar la razón de la sinrazón.

En efecto, en esta sociedad absurda e hipócrita en que nos movemos, parece que lo irrazonable deba ser lo sensato, que el mundo deba ser al revés, y a los ejemplos me remito. La mujer joven en edad fértil debe abortar, la menopaúsica se pone en tratamiento, para contranatura reproducirse artificialmente, se emiten programas sensacionalistas para tratar de justificar un embarazo en un varón, cuando se trata de una mujer artificialmente modificada para que parezca un hombre, se protege las nidaciones de la avutarda de Castilla La Nueva desviando trenes de alta velocidad, mientras se congelan embriones humanos para luego manipularlos genética o industrialmente o se prohíbe la entrada de menores en los toros por tratarse de un espectáculo cruento, mientras proyectamos en televisión a todas horas imágenes de muertes violentas con trozos de carne humana palpitante repartidos por todas partes o aberrantes escenas de la mas denigrante inmoralidad.

Pero por supuesto, todo esto es justificable en aras de la sacrosanta libertad de expresión, la cuál por lo visto solo tiene un límite, que lo expuesto o expresado contenga referencias cristianas.
La admirable Sor Maravillas, como exponía D. Juan Jacinto del Castillo, Asesor Eclesiástico de la Unión de Hermandades, en reciente artículo publicado en prensa, después de hacerlo todo bien, sólo cometió un "error" para que no le pudieran ser reconocidos sus méritos, ser católica y religiosa. De haber sido prostituta, feminista resentida, lesbiana procaz o revolucionaria violenta, sus meritorios hechos hubieran sido homenajeados en todos los foros imaginables.

Afortunadamente para los que estamos convencidos de la intrascendencia de este mundo terrenal, sabemos que se lo ha reconocido quién verdaderamente se lo va a premiar y que la miserable placa que le usurpan en este mundo ruin, es desde hace mucho la auténtica recompensa de la felicidad eterna en el sitio que verdaderamente importa.

Será quizás por este planteamiento por el que los católicos no nos enardecemos cuando asistimos a un atropello tras otro de nuestros símbolos y manifestaciones. Se puede "cocinar" un crucifijo en un programa televisivo, profanar un símbolo sagrado como un presbiterio o un altar con actuaciones obscenas, difundir mundialmente la irreverencia de un pase de modelos con reproducciones de imágenes sagradas, ultrajar la Pasión de nuestro Señor Jesucristo con producciones cinematográficas irreverentes e insultantes, pero permitir que un pequeño crucifijo cuelgue de un clavo en la pared "ofende" la sensibilidad del laico, tan delicada y sutil que no soporta tan enorme agravio.

La cruz, es nuestro símbolo, es la señal de los cristianos, como lo es el escudo de los seguidores de los clubs de fútbol, la "bandera arcoiris" de los homosexuales, la hoz y el martillo de la ideología comunista y tantos y tantos otros.

Y todos ellos a unos gustan y a otros no por igual, por lo que por reducción al absurdo supongo que ahora en Barcelona suprimirán los escudos madridistas de los lugares públicos, o en los balcones de los ayuntamientos dejarán de colgar la bandera referida ante los matrimonios normales que pasan, etc. etc.

De todas formas, hagan lo que hagan, no podrán acallar la voz del silencio, la que todos sabemos que sale del fondo de la Cruz, la que después de haberla alzado ellos mismos hace dos milenios, ahora les estorba. Se equivocan, no se dan cuenta de que, lo que les molesta no es la Cruz callada, es el grito de sus propias conciencias que no quieren oir.

José Miguel Merino Aranda
Artículo publicado en La Voz de Jerez, el 15 de febrero de 2009

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